Juana de Asbaje y Ramírez (1651-1695), más conocida por su nombre religioso, nació en San Miguel Nepantla, México. Fue una niña precoz. Aprendió a leer a los tres años y pocos años después rogó a su madre la dejara asistir a la universidad vestida de hombre, única forma de acceder a los claustros académicos. Aprendió latín a corta edad, ingresó a la corte como compositora de versos y luego se ordenó monja en al convento de las carmelitas descalzas. Escribió obras religiosas y profanas; las primeras en forma de coplas y villancicos, las segundas en forma de sonetos y redondillas.

 

FUENTE: http://www.literaterra.com/poetas_latinoamericanas/sor_juana_ines_de_la_cruz/

 

COGIOME SIN PREVENCION

 

Cogióme sin prevención

Amor, astuto y tirano:

con capa de cortesano

se me entró en el corazón.

Descuidada la razón

y sin armas los sentidos,

dieron puerta inadvertidos;

y él, por lograr sus enojos,

mientras suspendió los ojos

me salteó los oídos.

 

Disfrazado entró y mañoso;

mas ya que dentro se vio

del Paladión, salió

de aquel disfraz engañoso;

y, con ánimo furioso,

tomando las armas luego,

se descubrió astuto Griego

que, iras brotando y furores,

matando los defensores,

puso a toda el Alma fuego.

 

Y buscando sus violencias

en ella al príamo fuerte,

dio al Entendimiento muerte,

que era Rey de las potencias;

y sin hacer diferencias

de real o plebeya grey,

haciendo general ley

murieron a sus puñales

los discursos racionales

porque eran hijos del Rey.

 

A Casandra su fiereza

buscó, y con modos tiranos,

ató a la Razón las manos,

que era del Alma princesa.

En prisiones su belleza

de soldados atrevidos,

lamenta los no creídos

desastres que adivinó,

pues por más voces que dio

no la oyeron los sentidos.

 

Todo el palacio abrasado

se ve, todo destruido;

Deifobo allí mal herido,

aquí Paris maltratado.

Prende también su cuidado

la modestia en Polixena;

y en medio de tanta pena,

tanta muerte y confusión,

a la ilícita afición

sólo reserva en Elena.

 

Ya la Ciudad, que vecina

fue al Cielo, con tanto arder,

sólo guarda de su ser

vestigios, en su ruina.

Todo el amor lo extermina;

y con ardiente furor,

sólo se oye, entre el rumor

con que su crueldad apoya:

"Aquí yace un Alma Troya

¡Victoria por el Amor!"

 

 

 

DETENTE SOMBRA

 

Detente, sombra de mi bien esquivo,

imagen del hechizo que más quiero,

bella ilusión por quien alegre muero,

dulce ficción por quien penosa vivo.

 

Si al imán de tus gracias, atractivo,

sirve mi pecho de obediente acero,

¿para qué me enamoras lisonjero

si has de burlarme luego fugitivo?

 

Mas blasonar no puedes, satisfecho,

de que triunfa de mí tu tiranía:

que aunque dejas burlado el lazo estrecho

 

que tu forma fantástica ceñía,

poco importa burlar brazos y pecho

si te labra prisión mi fantasía.

 

 

ESTA TARDE MI BIEN

 

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,

como en tu rostro y tus acciones vía

que con palabras no te persuadía,

que el corazón me vieses deseaba;

 

y Amor, que mis intentos ayudaba,

venció lo que imposible parecía:

pues entre el llanto, que el dolor vertía,

el corazón deshecho destilaba.

 

Baste ya de rigores, mi bien, baste:

no te atormenten más celos tiranos,

ni el vil recelo tu inquietud contraste

 

con sombras necias, con indicios vanos,

pues ya en líquido humor viste y tocaste

mi corazón deshecho entre tus manos.

 

FINJAMOS QUE SOY FELIZ

 

 

Finjamos que soy feliz,

triste pensamiento, un rato;

quizá prodréis persuadirme,

aunque yo sé lo contrario,

que pues sólo en la aprehensión

dicen que estriban los daños,

si os imagináis dichoso

no seréis tan desdichado.

 

Sírvame el entendimiento

alguna vez de descanso,

y no siempre esté el ingenio

con el provecho encontrado.

Todo el mundo es opiniones

de pareceres tan varios,

que lo que el uno que es negro

el otro prueba que es blanco.

 

A unos sirve de atractivo

lo que otro concibe enfado;

y lo que éste por alivio,

aquél tiene por trabajo.

 

El que está triste, censura

al alegre de liviano;

y el que esta alegre se burla

de ver al triste penando.

 

Los dos filósofos griegos

bien esta verdad probaron:

pues lo que en el uno risa,

causaba en el otro llanto.

 

Célebre su oposición

ha sido por siglos tantos,

sin que cuál acertó, esté

hasta agora averiguado.

 

Antes, en sus dos banderas

el mundo todo alistado,

conforme el humor le dicta,

sigue cada cual el bando.

 

Uno dice que de risa

sólo es digno el mundo vario;

y otro, que sus infortunios

son sólo para llorados.

 

Para todo se halla prueba

y razón en qué fundarlo;

y no hay razón para nada,

de haber razón para tanto.

 

Todos son iguales jueces;

y siendo iguales y varios,

no hay quien pueda decidir

cuál es lo más acertado.

 

Pues, si no hay quien lo sentencie,

¿por qué pensáis, vos, errado,

que os cometió Dios a vos

la decisión de los casos?

 

O ¿por qué, contra vos mismo,

severamente inhumano,

entre lo amargo y lo dulce,

queréis elegir lo amargo?

 

Si es mío mi entendimiento,

¿por qué siempre he de encontrarlo

tan torpe para el alivio,

tan agudo para el daño?

 

El discurso es un acero

que sirve para ambos cabos:

de dar muerte, por la punta,

por el pomo, de resguardo.

 

Si vos, sabiendo el peligro

queréis por la punta usarlo,

¿qué culpa tiene el acero

del mal uso de la mano?

 

No es saber, saber hacer

discursos sutiles, vanos;

que el saber consiste sólo

en elegir lo más sano.

 

Especular las desdichas

y examinar los presagios,

sólo sirve de que el mal

crezca con anticiparlo.

 

En los trabajos futuros,

la atención, sutilizando,

más formidable que el riesgo

suele fingir el amago.

 

Qué feliz es la ignorancia

del que, indoctamente sabio,

halla de lo que padece,

en lo que ignora, sagrado!

 

No siempre suben seguros

vuelos del ingenio osados,

que buscan trono en el fuego

y hallan sepulcro en el llanto.

 

También es vicio el saber,

que si no se va atajando,

cuando menos se conoce

es más nocivo el estrago;

y si el vuelo no le abaten,

en sutilezas cebado,

por cuidar de lo curioso

olvida lo necesario.

 

Si culta mano no impide

crecer al árbol copado,

quita la sustancia al fruto

la locura de los ramos.

 

Si andar a nave ligera

no estorba lastre pesado,

sirve el vuelo de que sea

el precipicio más alto.

 

En amenidad inútil,

¿qué importa al florido campo,

si no halla fruto el otoño,

que ostente flores el mayo?

 

¿De qué sirve al ingenio

el producir muchos partos,

si a la multitud se sigue

el malogro de abortarlos?

 

Y a esta desdicha por fuerza

ha de seguirse el fracaso

de quedar el que produce,

si no muerto, lastimado.

 

El ingenio es como el fuego,

que, con la materia ingrato,

tanto la consume más

cuando él se ostenta más claro.

 

Es de su propio Señor

tan rebelado vasallo,

que convierte en sus ofensas

las armas de su resguardo.

 

Este pésimo ejercicio,

este duro afán pesado,

a los ojos de los hombres

dio Dios para ejercitarlos.

 

¿Qué loca ambición nos lleva

de nosotros olvidados?

Si es para vivir tan poco,

¿de qué sirve saber tanto?

¡Oh, si como hay de saber,

hubiera algún seminario

o escuela donde a ignorar

se enseñaran los trabajos!

 

¡Qué felizmente viviera

el que, flojamente cauto,

burlara las amenazas

del influjo de los astros!

 

Aprendamos a ignorar,

pensamiento, pues hallamos

que cuanto añado al discurso,

tanto le usurpo a los años.

 

PUES ESTOY CONDENADA

 

Pues estoy condenada,

Fabio, a la muerte, por decreto tuyo,

y la sentencia airada

ni la apelo, resisto ni la huyo,

óyeme, que no hay reo tan culpado

a quien el confesar le sea negado.

 

Porque te han informado,

dices, de que mi pecho te ha ofendido,

me has, fiero, condenado.

¿Y pueden, en tu pecho endurecido

más la noticia incierta, que no es ciencia,

que de tantas verdades la experiencia?

 

Si a otros crédito has dado,

Fabio, ¿por qué a tus ojos se lo niegas,

y el sentido trocado

de la ley, al cordel mi cuello entregas,

pues liberal me amplías los rigores

y avaro me restringes los favores?

 

Si a otros ojos he visto,

mátenme, Fabio, tus airados ojos;

si a otro cariño asisto,

asístanme implacables tus enojos;

y si otro amor del tuyo me divierte,

tú, que has sido mi vida, me des muerte.

 

Si a otro, alegre, he mirado,

nunca alegre me mires ni te vea;

si le hablé con agrado,

eterno desagrado en ti posea;

y si otro amor inquieta mi sentido,

sáqueseme el alma tú, que mi alma has sido.

 

Mas, supuesto que muero,

sin resistir a mi infeliz suerte,

que me des sólo quiero

licencia de que escoja yo mi muerte;

deja la muerte a mi elección medida,

pues en la tuya pongo yo la vida.

 

REDONDILLAS

 

Hombres necios que acusáis

a la mujer, sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis;

 

si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal?

 

Combatís su resistencia

y luego, con gravedad,

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia.

 

Parecer quiere el denuedo

de vuestro parecer loco,

al niño que pone el coco

y luego le tiene miedo.

 

Queréis, con presunción necia,

hallar a la que buscáis

para prentendida, Thais,

y en la posesión, Lucrecia.

 

¿Qué humor puede ser más raro

que el que, falto de consejo,

él mismo empaña el espejo

y siente que no esté claro?

 

Con el favor y el desdén

tenéis condición igual,

quejándoos, si os tratan mal,

burlándoos, si os quieren bien.

 

Opinión, ninguna gana,

pues la que más se recata,

si no os admite, es ingrata,

y si os admite, es liviana.

 

Siempre tan necios andáis

que, con desigual nivel,

a una culpáis por cruel

y a otra por fácil culpáis.

 

¿Pues como ha de estar templada

la que vuestro amor pretende?,

¿si la que es ingrata ofende,

y la que es fácil enfada?

 

Mas, entre el enfado y la pena

que vuestro gusto refiere,

bien haya la que no os quiere

y quejaos en hora buena.

 

Dan vuestras amantes penas

a sus libertades alas,

y después de hacerlas malas

las queréis hallar muy buenas.

 

¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada:

la que cae de rogada,

o el que ruega de caído?

 

¿O cuál es de más culpar,

aunque cualquiera mal haga;

la que peca por la paga

o el que paga por pecar?

 

¿Pues, para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis.

 

Dejad de solicitar,

y después, con más razón,

acusaréis la afición

de la que os fuere a rogar.

 

Bien con muchas armas fundo

que lidia vuestra arrogancia,

pues en promesa e instancia

juntáis diablo, carne y mundo.

 

YA QUE PARA DESPEDIRME

 

Ya que para despedirme,

dulce idolatrado dueño,

ni me da licencia el llanto

ni me da lugar el tiempo,

 

háblente los tristes rasgos,

entre lastimosos ecos,

de mi triste pluma, nunca

con más justa causa negros.

 

Y aun ésta te hablará torpe

con las lágrimas que vierto,

porque va borrando el agua

lo que va dictando el fuego.

 

Hablar me impiden mis ojos;

y es que se anticipan ellos,

viendo lo que he de decirte,

a decírtelo primero.

 

Oye la elocuencia muda

que hay en mi dolor, sirviendo

los suspiros, de palabras,

las lágrimas, de conceptos.

 

Mira la fiera borrasca

que pasa en el mar del pecho,

donde zozobran, turbados,

mis confusos pensamientos.

 

Mira cómo ya el vivir

me sirve de afán grosero;

que se avergüenza la vida

de durarme tanto tiempo.

 

Mira la muerte, que esquiva

huye porque la deseo;

que aun la muerte, si es buscada,

se quiere subir de precio.

 

Mira cómo el cuerpo amante,

rendido a tanto tormento,

siendo en lo demás cadáver,

sólo en el sentir es cuerpo.

 

Mira cómo el alma misma

aun teme, en su ser exento,

que quiera el dolor violar

la inmunidad de lo eterno.

 

En lágrimas y suspiros

alma y corazón a un tiempo,

aquél se convierte en agua,

y ésta se resuelve en viento.

 

Ya no me sirve de vida

esta vida que poseo,

sino de condición sola

necesaria al sentimiento.

 

Mas, por qué gasto razones

en contar mi pena y dejo

de decir lo que es preciso,

por decir lo que estás viendo?

 

En fin, te vas, ay de mi!

Dudosamente lo pienso:

pues si es verdad, no estoy viva,

y si viva, no lo creo.

 

Posible es que ha de haber día

tan infausto, funesto,

en que sin ver yo las tuyas

esparza sus luces Febo?

 

Posible es que ha de llegar

el rigor a tan severo,

que no ha de darle tu vista

a mis pesares aliento?

 

Ay, mi bien, ay prenda mía,

dulce fin de mis deseos!

Por qué me llevas el alma,

dejándome el sentimiento?

 

Mira que es contradicción

que no cabe en un sujeto,

tanta muerte en una vida,

tanto dolor en un muerto.

 

Mas ya que es preciso, ay triste!,

en mi infeliz suceso,

ni vivir con la esperanza,

ni morir con el tormento,

 

dame algún consuelo tú

en el dolor que padezco;

y quien en el suyo muere,

viva siquiera en tu pecho.

 

No te olvides que te adoro,

y sírvante de recuerdo

las finezas que me debes,

si no las prendas que tengo.

 

Acuérdate que mi amor,

haciendo gala de riesgo,

sólo por atropellarlo

se alegraba de tenerlo.

 

Y si mi amor no es bastante,

el tuyo mismo te acuerdo,

que no es poco empeño haber

empezado ya en empeño.

 

Acuérdate, señor mío,

de tus nobles juramentos;

y lo que juró la boca

no lo desmientan tus hechos.

 

Y perdona si en temer

mi agravio, mi bien, te ofendo,

que no es dolor, el dolor

que se contiene atento.

 

Y adiós; que con el ahogo

que me embarga los alientos,

ni sé ya lo que te digo

ni lo que te escribo leo.